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En Roma se celebraba el Equus October al terminar la cosecha. El ritual, que tenía lugar en los idus de octubre, comenzaba con una carrera de carros, llamados bigas, tirados por dos caballos. El caballo de la derecha del carro ganador era el elegido, y su premio era su sacrificio: se le cortaba la cabeza y dos barrios se la disputaban con una carrera a pie o, según más numerosas fuentes, mediante una dura contienda. El barrio que ganaba obtenía el derecho a exhibir la cabeza en su territorio. También se le cortaba la cola. Esta se usaba para que su sangre regara un lugar sagrado, la Regia, y sirviera de ofrenda a la diosa Vesta.

Entre los romanos estaba extendida desde antiguo la leyenda de que eran descendientes de los troyanos, concretamente de Eneas, quien, como cuenta Virgilio, después de ser vencido en la guerra de Troya habría viajado desde el Egeo hasta el Tirreno para fundar la ciudad de Roma. En esa tradición se

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enmarca la explicación de que el Caballo de Octubre constituía una venganza sobre los caballos por haber sido derrotada Troya gracias a uno de ellos. Pero esta interpretación del rito no es más que alimento de la genealogía inventada para dar más fuste a las familias patricias, para dar un nuevo argumento al relato ficticio del origen troyano. Tanto Polibio como Festo o Plutarco desechan la versión, llegando a considerarla incluso pueril.

Pero Polibio va más lejos: de alguna manera intuye que la relación entre el Caballo de Troya y el de Octubre se remonta a los antepasados comunes de griegos y romanos. Dice: “Según esta explicación [la de la venganza por el Caballo de Troya}, deberíamos llamar a todos los bárbaros descendientes de los troyanos; en efecto, todos los bárbaros, o al menos su mayoría, siempre que han de iniciar una guerra o arriesgarse contra alguien jugándose el todo por el todo sacrifican un caballo y conjeturan el futuro por el modo como se desploma la bestia.”

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Por su parte, el Ashvamehda era un ritual indio que se ejecutó durante siglos. Se trataba de dejar a un caballo blanco, con pintas negras, que vagase durante un año a su albedrío seguido de un ejército que no podía ni detenerle ni guiarle. Cuando se acercaba a una ciudad extranjera – extranjera para el ejército que lo seguía, porque las ciudades están siempre en su sitio – los habitantes podían dejarle seguir su camino o capturarlo y, quizá, matarlo. En este último caso, el ejército que custodiaba al caballo tomaba la ciudad. Si lo habían dejado seguir, se entendía que aceptaban ser súbditos del rey propietario del caballo y del ejército que lo seguía, y que estaban dispuestos a pagarle los tributos que estos consideraran.Antes de la partida del caballo, el rey debía pasar una noche con la reina sin mantener relaciones sexuales y, el día siguiente, se adornaba el caballo para que pareciera un dios y se le recitaban mantras al oído. Se mataba un perro negro.

Después del año de vagabundeo, el caballo se sacrificaba junto a otros 600 animales, y la reina pasaba la noche con el cadáver.

Se diría que este caballo ofrecido como regalo/amenaza a otras ciudades pudiera tener algo que ver con la historia del Caballo de Troya. Veamos: ambos son un caballo que, procedente de otro pueblo dotado de un ejército, se presenta a las puertas de una ciudad y plantea a los dirigentes de esta el dilema de si dejarlo seguir su camino – o, en el caso de Troya, dejarlo donde estaba - o introducirlo dentro de las murallas. Ambos son la pieza de una misma jugada: lo que en ajedrez se llama un gambito. Si aceptas el regalo estás perdido.

No olvidemos que tanto el griego como el indio son pueblos indoeuropeos, que arrastraban, antes de diferenciarse, un sustrato cultural y una mitología comunes. Algo que Polibio no sabía.

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