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BAAL Y ANAT

Por ser uno de los hijos de El (Ilu), el dios supremo, Baal sería uno de los componentes del o de la Elohim: la corte de El, el primer dios creador que aparece en el Génesis hebreo. Baal se asocia, como Zeus o Thor, a la lluvia y la tormenta o lo que es lo mismo, en su región, a los meses que van de marzo a octubre. En los demás no llueve. El es un toro, que simboliza la potencia sexual y, por ende, la fertilidad; Baal, en consecuencia, un becerro. Por ejemplo, el Becerro de Oro, cuya adoración por parte de los israelitas hizo que Moisés rompiera en pedazos las tablas de la ley y tuviera que volver a subir al monte Sinaí para que Dios le entregara una copia.

Otro de los hijos de El era Yam, un dios asociado al mar como Poseidón y con un nombre del que algunos hacen derivar Yaw y Yahveh. Este Yam quiso constituirse en rey de los dioses, y su padre le apoyaba. Sin embargo, Baal también presentó su candidatura, con la opinión favorable de algún que otro dios, pero ni mucho menos de la mayoría. El dios padre resolvió: bueno, pues lucháis y el que venza. Venció Baal

Ugarit fue, entre los siglos XVI y XII a. C. la ciudad más importante de lo que hoy conocemos como Oriente Próximo. Estaba en la actual Siria, al norte, en la costa mediterránea. Tuvo muchos contactos con los imperios hitita y hurrita, con Asiria y con Egipto. Pero no se supo mucho de esta ciudad – que no tomó parte en ninguna batalla importante – sino hasta el siglo XX. En 1928 se descubrieron sus ruinas, en posteriores excavaciones empezaron a encontrarse sus bibliotecas llenas de tablillas en escritura cuneiforme y hubo que esperar hasta 1994 para que se hiciera el mayor descubrimiento: 300 tablillas más, el doble de las que hasta entonces se conocían.

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Se los llama Textos de Ras Shamra. No solo están escritas en ugarítico – una lengua semítica – sino también en las demás lenguas cultas conocidas en la época: acadio – la lengua diplomática internacional -, hurrita, luvita, cretácico e incluso egipcio en jeroglífico.

También hijo de El y hermano de Baal era Mot, dios de la muerte y del Infierno. Después de la victoria sobre Yam, Mot provocó a Baal pidiéndole que le invitara a comer junto con los demás dioses. En Canaán, donde ahora estamos, morir consistía en ser ingerido por la gran boca de Mot, que daba paso al Mundo de los muertos (“Si pone un labio en el cielo y el otro en la tierra, su lengua se extiende hasta las estrellas.”). Sorprendentemente, Baal aceptó, sin oponer resistencia ni proporcionar motivo alguno de su decisión, trasladarse al Inframundo de Mot, o sea la muerte. Una vez garantizada la continuidad de la fertilidad de la tierra, El autoriza la sumisión. El poema nos dice que Baal estaba atemorizado. (En realidad, no debería sorprendernos esta actitud una vez que conocemos los casos de Inanna - Ishtar - e Ixquic -)  Mientras Baal está muerto, El le busca un sustituto entre los dioses, pero ninguno – literalmente – da la talla. Anat, en esta aventura más hermana que mujer de Baal – de hecho, se la menciona como la virgen Anat -, se enfrenta a Mot y lo descuartiza. Y Baal, vivo y ahora ya sin miedo, pelea con Mot – que así mismo está otra vez entero – y le gana en justa lid.

Parece que, aunque el segundo combate fue el definitivo, tuvo más predicación entre los cananeos el de la mujer contra el demonio. Como en el caso de Deméter y Perséfone, este mito se relacionó enseguida – si es que no nació con ese fin – con el ciclo natural de las estaciones, las lluvias y la fertilidad de plantas y animales. Se celebrarían fiestas y ritos para representar la muerte de Baal ante Mot en invierno y el descenso al Inframundo y la victoria de Anat en primavera.

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A Anat también se la conoce como Astarté, y se la relaciona o identifica con Ishtar y con Afrodita, todas ellas – o ella – diosas del amor y, por tanto, de las relaciones sexuales, de la germinación y la reproducción de las especies.

Un mito semejante es el hitita de Inara y Hupasiya. El dragón de las aguas había vencido al dios de la Tempestad en una lucha y este pidió ayuda. Inara – una diosa de los animales al estilo de Artemisa - preparó entonces una gran fiesta, con abundante alimento y muchas tinajas de distintas cervezas. A continuación, se fue a la ciudad y allí encontró a Hupasiya.

 - Mira – le dijo -. Estoy haciendo este asunto y este otro. Ayúdame tú.

 - Si me acuesto contigo lo haré.

La diosa se acostó con él y se lo llevó a la fiesta. Luego invitó al Dragón, quien subió de su agujero con sus hijos. Bebieron y comieron sin moderación, hasta que se encontraron ahítos y borrachos. Hupasiya ató al Dragón con una cuerda y así pudo matarlo el dios de la Tempestad. Borracho y atado lo mató el dios de la Tempestad.

Estas dos narraciones tienen otro punto en común: la construcción de una casa, o palacio, para el actor masculino. En el mito cananeo, para que Baal pueda alcanzar efectivamente el trono de los dioses debe poseer un palacio. Si no tiene palacio, es imposible que sea rey de dioses. Así que consiguen el permiso de El para edificarlo, y la colaboración indispensable de Kotaru, el dios artesano. Obtenido el permiso, surge una disputa porque Kotaru ve imprescindible que tenga una claraboya, pero Baal se niega a que se haga. Al final Baal comprueba que si no la tiene no puede lanzar desde el palacio sus rayos y truenos, y accede a que se haga.

En el mito hitita, Inara le construye una casa a Hupasiya en lo alto de una peña, pero le advierte de que no debe asomarse a la ventana, pues podría ver a su mujer y a sus hijos. Al cabo de un tiempo, Hupasiya no puede resistir a la tentación, se asoma a la ventana, ve a su mujer y a sus hijos y le pide a Inara volver con ellos. No es un dios, es un mortal.

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