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FRAZER

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Sir James G. Frazer trata este relato exclusivamente como una narración de lo que se llama “La caída”, o el “Pecado original”, una explicación de por qué el ser humano no es inmortal. Ignora la otra vertiente que tiene – y que es la que más hemos visitado aquí – de paso de un mundo a otro, de puerta y vigilantes que abren o cierran el acceso al mundo de los vivos, O sea, de nacimiento, de creación. Para él, como para la doctrina cristiana, el mito solo ilustra acerca de cómo el ser humano contrajo, por culpa de su desobediencia de los mandatos divinos, una deuda eterna con Dios, deuda que debe ser pagada por todas y cada una de las generaciones.

Frazer recorre diversos mitos de pueblos de todo el mundo que explican la oportunidad que perdió el hombre de ser inmortal o cómo perdió la inmortalidad de que gozaba en los tiempos primigenios. Las mitologías que investiga no son ni sumerias ni acadias ni semíticas ni indoeuropeas ni provenientes de ningún país de la medialuna fértil. Lo cual es coherente con su idea de que, si los mitos de distintas culturas tienen puntos de coincidencia, se debe a que las distintas culturas están conformadas por los mismos seres humanos que pueblan la tierra: los mismos humanos, ante los mismos problemas, encuentran las mismas soluciones.

Divide los mitos de pérdida de la inmortalidad en dos grupos: el de la historia del mensaje alterado y el de la historia de la muda de piel. La historia del mensaje alterado narra, en múltiples versiones tomadas en gran parte del planeta, cómo un animal, encargado por Dios de llevar el mensaje de inmortalidad al hombre, equivoca el mensaje y le da otro de mortalidad.

El transmisor del mensaje puede no ser un animal, sino la luna, que querría decir al hombre: “Podrás ser como yo, que muero, pero renazco tres días después”. (Mitos que, extrañísimamente, nos traen a la memoria el Romance de la luna, luna, de Federico García Lorca, poema en el que la Luna lleva la muerte a un niño después de aparecérsele “con su polisón de nardos” y enseñarle, “lúbrica y pura / sus pechos de duro estaño”.) Pero muchas veces, sobre todo en África, el animal es una liebre, que sería un buen mensajero gracias a su velocidad. Recibe la orden de transmitir la noticia de que tras la muerte los hombres y mujeres volverán a la vida, pero por error transmite lo contrario. Y el mensaje es absolutamente performativo: una vez pronunciadas las palabras, se hacen las cosas que las palabras dicen. Y no hay vuelta atrás, lo que dice la liebre va a misa. Hay que notar que el animal mensajero simplemente se equivoca, olvida el sentido de las palabras en el camino. Pero esta falta de voluntariedad no importa: aquí las palabras no se las lleva el viento, se ha dicho y se cumple, y no hay posibilidad de recurso.

La historia de la muda de piel cuenta cómo, si mudáramos la piel al modo en que lo hacen crustáceos y reptiles varios, seríamos inmortales como ellos. La creencia de que las serpientes nunca morían de muerte natural porque se desprendían de la piel vieja y recobraban la juventud estaba muy extendida entre casi todos los pueblos. Hay multitud de testimonios. Aunque suela achacarse a un malentendido, algunos mitos refieren que tal facultad de renovarse podría haber sido dada al humano, pero que, más o menos debido a su mayor astucia – como se dice en el Génesis –, la serpiente se la quedó para sí. Otros explican que en los primeros tiempos los humanos mudaban de piel y, por tanto, no morían de viejos, pero perdieron ese poder porque un niño no reconoció a su madre o a su abuela al volver del río joven y fresca después de deshacerse de su piel de anciana. Ante las lágrimas del niño, la mujer regresó al río y recuperó su antigua piel, y de este modo fue como los hombres y las mujeres dejaron de recuperar de tanto en tanto su juventud.

El relato del Jardín del Edén es inconsistente. Ningún juez lo tomaría en serio como acusación. Hay un árbol del que Adán tiene prohibido comer, pero luego se le castiga para que no vaya a comer de otro; la serpiente le dice a Eva que tome el fruto de un árbol que no es el que Dios quiere evitar que coman… se diría una historia penosamente reconstruida a partir de fragmentos encontrados aquí y allá. Y ya sabemos que es así, que el Génesis – o gran parte del Génesis – es una síntesis de varias tradiciones orales. Frazer intenta, con el empleo de la mera lógica, recomponer el mito primigenio del que habrían derivado versiones un tanto distorsionadas que luego aportarían cada una un motivo, un giro, un matiz de la que conservamos escrita. La serpiente tendría encomendado decirle a Eva, en la estela de la historia del mensaje alterado, que comiese del árbol de la vida. Pero quería la inmortalidad para su especie y le dijo que comiese del árbol de la ciencia del bien y del mal. Y siguiendo la historia de la muda de piel, se reservó ella el fruto del árbol de la vida, haciéndose de este modo inmortal. No nos aclara Frazer, sin embargo, por qué no podía la serpiente simplemente comer del árbol de la inmortalidad y dejar que Adán y Eva comieran también o dejaran de comer de él.

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