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JESUCRISTO

El mito de Jesucristo es el que termina de convertir la sustitución de un sacrificio real en un sacrificio simbólico. Él y sus apóstoles llegaron a Jerusalén con ganas de bronca: “el que no tenga cuchillo, que venda su manto y compre un cuchillo”, les dijo. Luego la emprendió a latigazos con los comerciantes del templo y, para rematar, Pedro le cortó una oreja – que luego Cristo devolvería a la cabeza - a un soldado romano. “No he venido a traer la paz, sino la espada”, dijo Jesús. Pero sabía que le iban a prender y a ejecutar. Y antes de que sucediera, escenificó la futura representación simbólica de su sacrificio. En la llamada última cena, levantó en alto el pan y dijo: “Este es mi cuerpo. Tomad y comed todos de él”. Después mostró la copa de vino y dijo: “Tomad y bebed todos de él, porque esta es mi sangre”. Y apostilló: “Haced esto en conmemoración mía”.

El hombre Jesucristo fue efectivamente crucificado y murió. Pero el sacrificio concluyó con él. Ya estaba hecho de una vez por todas. A partir de entonces se convirtió, para el cristianismo, en una conmemoración. Para los católicos, gracias al dogma de la transubstanciación, la hostia se convierte en el verdadero cuerpo de esa persona fallecida hace 2.000 años mediante el sacramento de la consagración. Para los protestantes, la hostia no es realmente el cuerpo de Cristo, sino que lo simboliza. Pero en ambos casos el sacrificio humano se sigue realizando en cada misa en forma vicaria, no real. Se ha sustituido la víctima original por otra más conveniente.

Por supuesto, sería ridículo sostener que el judío Jesús engañó a Yahveh como hizo Prometeo con Zeus. O que lo intentó. Fue el propio Ángel de Yahveh el que sujetó la mano de Abraham para que no matara a Isaac, y fueron los propios dioses olímpicos quienes reprendieron y castigaron a Tántalo al descubrir el sacrificio de Pélope. El dios doméstico de Cristo aceptó el simulacro de sacrificio como “alimento”. El salvaje Zeus de Prometeo nunca lo habría aceptado de presentárselo abiertamente: tuvieron que forzarle a aceptarlo mediante una estafa.

Hay bastantes ejemplos de dioses que mueren - inexplicablemente, porque la principal característica de los dioses es la inmortalidad – y con su muerte obtienen beneficios para los humanos.  Osiris en Egipto, Ishtar en Babilonia, Balder en el norte de Europa, Dioniso en Grecia…

En el siglo IV, el Concilio de Nicea debatió sobre si Cristo había sido creado por Dios – y, por lo tanto, era una criatura, no el mismo

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Dios -, como defendían los arrianos, o si existía, como el propio Dios, desde el principio de los tiempos. Ganó la segunda propuesta. Esta discusión permite afirmar que Cristo es un dios desde el Concilio de Nicea y que de ninguna manera lo es en el mito.

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