Familias de mitos
OSIRIS E ISIS
En Egipto el señor de los muertos era Osiris. Él juzgaba a cada fallecido con una balanza en la que comparaba su corazón con la pluma de Maat. Si el platillo del corazón no bajaba más que el de la pluma, el muerto podía recuperar su ka – hálito vital - y su ba – consciencia – (en los jeroglíficos, el ka se representa como un doble de la persona y el ba como un ave con cabeza humana) y vivir en el paraíso de los campos de Aaru. De lo contrario, si el corazón pesaba más, era condenado a morir definitivamente. Justo lo contrario de lo que les pasa a los hindúes, para quienes morir definitivamente saliendo de la rueda de reencarnaciones es el premio definitivo a sus buenas acciones y a su vida ascética en este mundo.
Osiris había “ascendido” a este trono subterráneo gracias, como es lógico, a su propia muerte y su resurrección. El mito no dice nada sobre un posible viaje al Inframundo, pero es precisamente porque Osiris lo inaugura: no existía nada antes de él. Esto es igual en el hinduismo, donde Iama ocupa el puesto de juez de las almas simplemente porque fue el primer ser en morir. Curiosamente, era un dios.
Osiris era hijo de Nut y de Geb, el cielo y la tierra. Nut, el cielo, era mujer, y Geb, la tierra, hombre. Eran hermanos. Como al dios del sol, Ra, no le gustaba esto del incesto, prohibió a Nut dar a luz durante los 360 días del año. Pero 360 eran los días del año solar. El hermano de Nut, Thot, le ganó a la Luna a los dados cinco días de su calendario: en esos días prohibidos nacieron Osiris, Horsemsu, Isis, Seth y Neftis. Fue Seth quien mató a Osiris engañándole con un sarcófago hecho a su medida. Le invitó a probarlo para ver si de verdad era de su talla y, cuando estaba dentro, sus 72 siervos cerraron el sarcófago y lo arrojaron al Nilo, que lo llevó al mar. Isis, que además de
hermana era amante de Osiris, buscó con el cuerpo hasta encontrarlo en la ciudad fenicia de Biblos, adonde el mar había llevado el ataúd. El ataúd había desarrollado o se había integrado en un árbol que creció de un modo prodigioso, tanto que el rey de Biblos lo cortó para que sujetara el techo de su nuevo palacio. Puesto que Osiris en su sarcófago se encontraba en una columna del palacio real, allá fue Isis a enrolarse entre la servidumbre de la reina. Consiguió el encargo de cuidar del bebé de los reyes. Igual que Deméter en casa de Céleo y Metanira, cada noche quemaba las partes mortales del niño. Isis, transformada en golondrina, revoloteaba alrededor del árbol que contenía a su amado. Hasta que fue descubierta por la reina. Despedida. Entonces reveló su verdadera identidad y el interés que la movía. Los reyes comprendieron.
Pero, aunque Isis procuró esconder el cadáver, Seth lo encontró casualmente en una cacería y, para que nunca más nadie lo recuperara, decidió trocearlo en catorce partes y esparcir estas por todo Egipto. Esas catorce partes sirvieron para que catorce santuarios dispusieran de reliquias del dios.
Con la ayuda de su hermana Neftis, Isis llegó a recuperar trece piezas: le faltó el pene, que se había comido algún pez del Nilo. Según algunas fuentes, Osiris y Neftis habían tenido antes un hijo – porque Neftis se había hecho pasar por Isis - que se llamaba Anubis; según otras, Anubis era hijo de Seth y Neftis, pero Seth renegó de él y pretendió matarlo, por lo que Neftis se lo entregó a Isis en custodia. Anubis es el dios de los muertos y los embalsamamientos, él ayuda a Isis a recomponer el cuerpo del destrozado Osiris. También debieron de lograr reconstruir el pene, puesto que Isis, convertida en halcón, hizo el amor con su novio y quedó embarazada del que luego sería el gran dios Horus.
Luego Horus creció y vengó la muerte de su padre. Derrotó a Seth, aun perdiendo un ojo en la lucha. Ese ojo lo dedicó a Osiris: es el que todavía se conoce como ojo de Osiris y el que, probablemente, le sirvió para coronarse como rey del Mundo de los muertos. Como Perséfone o Ereshkigal.