Familias de mitos
Los hititas fueron una nación que pobló parte de Anatolia (actual Turquía) entre los siglos XVII y XII a.C. Llegó a rivalizar con Egipto y Babilonia en el siglo XIII. Combatieron con Ramsés II – el faraón tenido como más poderoso de la historia - en la célebre batalla de Qadesh (1274 a.C.), en la que, gracias en gran parte a la astucia, rechazaron el intento de invasión egipcio. Naturalmente, al regresar a su tierra, Ramsés contó la contienda como una gran victoria, y así la hizo esculpir en los bajorrelieves de Abydos, Luxor, Tebas y Abu Simbel, pero el hecho es que se volvió a casa sin haber logrado su objetivo. El gran éxito de la batalla – en realidad, por lo que más se la recuerda - reside en el tratado que se firmó a continuación entre los dos países, o en el hecho de que constituya el primer testimonio de un tratado de paz que se conserva. Después los reyes se hicieron amigos y aparearon a sus vástagos. Por cierto, también contrajo matrimonio con mujeres hititas Esaú, hijo de Isaac y hermano de Jacob. Eran Judit y Basmat, “las cuales fueron amargura para Isaac y Rebeca”.
Eran un pueblo indoeuropeo, como los griegos y los hindúes y a diferencia de asirios, egipcios o hebreos. Sucumbieron con la aún no del todo aclarada irrupción en el Levante de los llamados pueblos del mar, hacia 1200 a.C.
El mito hitita que más llama la atención cuando de lo que se trata es de comparar mitologías es el del Telipinu, porque es igual que el de Ishtar o el de Deméter en lo que se refiere a la paralización de la vida mientras permanece oculto. Telipinu era hijo del dios de la Tormenta. Un día, enfadado o deprimido o lo que sea, no se nos dice por qué, desapareció. Los demás dioses tenían un banquete, pero comían y no se satisfacían; bebían y no se saciaban. La tierra
TELIPINU
dejó de dar plantas, las plantas dejaron de dar fruto, las vacas dejaron de cuidar a sus terneras, las ovejas se olvidaron de sus corderos; los hombres dejaron de yacer con mujeres, las mujeres se acostaban solas; ninguna se quedaba embarazada, y la que lo estaba, no paría.
La gran diferencia con los mitos de Ishtar y de Perséfone radica en que en este no hay ningún viaje al Inframundo: Telipinu, simplemente, se va. Como quien se va a por tabaco.
El caso es que, desprovistos del fruto del trabajo de los mortales y de sus sacrificios, los dioses también empezaron a pasar necesidades y se propusieron, pues, conseguir que Telipinu regresara. Enviaron al águila a buscarlo desde lo alto, pero el águila no lo encontró. El dios de la Tempestad también lo buscó sin éxito. Hannahanna - la diosa madre, en el papel de diosa maga - envió una abeja en su busca, con las órdenes de picarlo en las manos y en los pies para despertarlo. Así lo hizo la abeja después de encontrarlo, pero eso provocó que Telipinu se enfureciera aún más. Entonces fue necesario – y suficiente – aplicar ciertos rituales mágicos y emplear ciertas sustancias naturales para aplacar el enojo del dios. Se logró con cera y miel, espelta, cerveza, parhuena y un conjuro que actúa como la apertura de la caja de Pandora, pero al revés: “En la tierra negra hay calderos de hierro y una tapadera de plomo. Lo que en ellos entra no puede volver a salir, sino que muere dentro. ¡Que el mal. el rencor, la cólera, la ira, la mala lengua, el pecado, el mal tobillo de Telipinu caigan dentro; que no vuelvan a salir y mueran dentro!”
Y ahora llega el motivo que enlaza con nuestro tema: una vez recuperado Telipinu con su ánimo sereno y alegre, volvió la fertilidad de los campos y del ganado y de la gente y, para dejar constancia del evento, como símbolo del acuerdo alcanzado, se alzó un árbol siempre verde del que colgaba… no te lo puedes imaginar, desocupado lector… ¡un vellón de cordero! En realidad, era una bolsa hecha de ese material, que, en el relato,
“Significa grasa de cordero, significa grano de trigo, significa vino, significa vacas y ovejas, significa largos años y descendencia. Significa augurio favorable del cordero, significa suerte y obediencia e igualmente significa crecimiento, medro y saciedad.”
Este auténtico cuerno de la abundancia se nos dice, se le facilitó al rey, y con ello llegaron toda clase de bienes al reino y a los ciudadanos.
El colofón de esta historia se puede entender como el punto de inicio de las otras que hemos revisado. El vellocino como una caja de Pandora inversa, que contiene todos los bienes en vez de todos los males; el árbol cuyo fruto habilita para pasar del mundo de los muertos al mundo de los vivos.