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TIRESIAS Y DIONISO

Hay un personaje de la mitología griega – inicialmente hombre - que no vivió una época disfrazado de mujer y llevando vida de mujer, sino que fue realmente mujer, en cuerpo y alma. Se trata de Tiresias. Una vez, andando por un camino, dio con dos serpientes que se estaban apareando. Parece que le atacaron o de algún modo se sintió amenazado, por lo que las golpeó con su bastón con el resultado de que murió la hembra. Y con la subsiguiente consecuencia de quedar convertido en mujer. Se hizo prostituta. Siete años después, volvió a encontrarse con una pareja de serpientes copulando, y esta vez mató al macho, con lo que volvió a ser hombre.

Además de conocer a las mujeres mejor que cualquier hombre y – durante siete años – a los hombres mejor que cualquier mujer, Tiresias era adivino. Esto es lo que le dio gran fama en la mitología y la literatura griegas. Predijo las hazañas de Heracles y - quizá su éxito más perpetuado históricamente - explicó la realidad de Edipo cuando el oráculo de Delfos dijo que los tebanos deben sacrificar al culpable de sus males. Nadie, ni el propio Edipo ni su entonces esposa Yocasta sabía que ella era su madre y que él había matado a su padre.

Tuvo la mala suerte de ver a Atenea bañarse desnuda en un río, cosa que a la diosa, siempre casta y pura, le sentaba muy mal. Quizá para asegurarse de que no volvía a suceder, le privó de la vista. Sin embargo, al conocer la pena de su madre quiso devolvérsela, pero las decisiones de

los dioses eran irreversibles. Lo mismo pero al revés le pasó a Apolo con Cassandra: le concedió el poder de la adivinación a cambio de que se acostara con él y luego, cuando ella se echó atrás, solo pudo tomar otra resolución: que nadie la creyera. Así, Atenea, para compensar a Tiresias por su ceguera, le otorgó el don de entender los lenguajes de los pájaros. Curiosamente, según Filóstrato, los árabes aprendían los lenguajes de los pájaros – que profetizaban – tras comerse o bien el corazón o bien el hígado de una serpiente, y de ellos lo aprendió Apolonio de Tiana.

Aunque también puede que fuese Hera quien le dejara ciego. Siempre estaba reprochándole a Zeus sus infidelidades, estaba bastante harta. Un día Zeus arguyó que las mujeres – y las diosas – disfrutan mucho más de las relaciones sexuales y por eso él, para obtener el mismo placer que ella, buscaba otros lechos. Discutieron. Y pensaron que el adivino Tiresias, que había sido hombre y mujer, podría sacarles de dudas. Tiresias le dio la razón a Zeus, especificando además que eran nueve a uno las satisfacciones que obtenía la diosa sobre el dios. Y, llena de rabia, Hera le cegó. Pero Zeus la compensó con la videncia.

Tiresias, como vidente por todos reconocido y también como experimentado en el hecho de ser mujer, aparece en varias tragedias. En Las bacantes, de Eurípides, aparece como un personaje que defiende la divinidad de Dioniso y el derecho de las mujeres de Tebas a adorarle en el monte en comunión con la naturaleza, con fiestas sexuales y abundancia de vino.

Hay que decir que a Dioniso, después de que su cuerpo, -

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descuartizado y devorado por los titanes a excepción del corazón - fuera recompuesto por Zeus, se le entregó al rey Atamante de Orcómenos y a su esposa Ino para que lo criaran a escondidas de Hera en el gineceo vestido de niña, como Ulises.

 El rey de Tebas era entonces Penteo, nieto de Cadmo, hermano de Europa y fundador de la ciudad. Penteo se negaba a admitir el culto de Dioniso, al que veía como un dios extranjero y, además, heterodoxo. Por el contrario, tanto Cadmo como Tiresias se unieron a la celebración del amor, el vino y la naturaleza. Dioniso convenció, embaucó o sedujo a todas las mujeres de Tebas para que se unieran a sus ritos, por lo que el rey Penteo, dispuesto a impedir tales desmanes, lo hizo prender. Sin saber, claro, que era el dios. Dioniso tampoco se identificó: hasta ese momento era, simplemente, “el extranjero”. Era de aspecto afeminado y enormemente atractivo, aunque no se sabe si más para las mujeres que para los hombres. Por lo del aspecto afeminado. El extranjero persuade a Penteo de que se vista de mujer y vaya al bosque a espiar a sus fieles. Y de esa guisa perece descuartizado por las bacantes y con su cabeza en lo alto de una pica llevada por su propia madre, la hija de Cadmo.

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Había fiestas religiosas en la Grecia clásica protagonizadas únicamente por mujeres. En las Tesmoforias, unas celebraciones en honor a Deméter que se realizaban en distintas fechas en cada ciudad, las mujeres que podían y debían acudir – no se admitían vírgenes y, probablemente, tampoco hetairas - acampaban en las afueras en alojamientos provisionales y pasaban días y noches separadas de los hombres. Los ritos que se ejecutaban consistían principalmente en arrojar cerditos a un agujero, conmemorando la piara de Eubuleo, que se hundíó junto con Perséfone cuando esta, que la pastoreaba, fue raptada por Hades. No había ninguna práctica sexual, sino más bien al contrario: las participantes se preparaban un lecho con plantas de reconocido o supuesto efecto antiafrodisíaco.

También preconizaba la abstinencia en el siglo IV el obispo de Ávila Prisciliano, juzgado por brujería y decapitado. Su manera de interpretar la liturgia cristiana incluía rituales nocturnos en bosques con mujeres – y también hombres - y baile. Las fiestas, ritos, misterios, misas o aquelarres de mujeres en el bosque siguieron siendo una costumbre habitual, aunque perseguida (con más fortuna que la de Penteo) después de la instauración del cristianismo en Europa y el norte de África y prácticamente hasta la Revolución Industrial.

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